jueves, 30 de julio de 2009

El Codigo Secreto (Cuento) de Ramon Rosa Osorto

EL CÒDIGO SECRETO
Camino, los tacones de mis zapatos resuenan a un mismo compás. El día vibra en oleadas suaves, el olor a fiesta eriza la piel. Leo “Plimo con la cola bella”, por un momento pienso pero no le encuentro ningún significado, sigo leyendo “Cindirella y Tania aman a Nigga” “Segundo B se respeta y qué” ahora me doy cuenta que son “grafitis” entonces recuerdo a la Rana y al veintìa con sus ¡Viva Fidel! ¡Viva El Che Guevara! eran los únicos que los escribían en las paredes de los callejones.
Sigo caminando en este momento actuó como verdugo del sistema, ellos deben vaciar su memoria y así saber si saben.
Cuando los exámenes, el profesor se duerme o parece que se duerme, pero pasado unos minutos ora su ojo derecho, ora su izquierdo se abre como el de un cocodrilo del Serengueti, fosforescente y pálido. Yo siento que nos adivina hasta los últimos secretos. Entonces nos quedamos inmóviles solos frente a nuestro problema como un alcaraván perdido en la medianoche, lo odiamos, tanto es nuestro odio que en la huerta de mi casa tenemos un fantoche que semeja su figura, en ella practicamos el tiro al blanco, después contamos nuestros aciertos , medimos distancias, adivinamos probabilidades e imaginariamente creamos historias a lo Robín Hood o a lo Guillermo Tell. Al profesor le sonreímos, fingimos quererlo, pero es el miedo el que nos obliga a sonreír.
Un código puede ser un símbolo, una frase, una palabra, una señal. Eso era lo que necesitábamos, una señal, una señal, la lengua es un código. Un código que nos permitiera sacar buenas notas en los exámenes con el mínimo esfuerzo. Al igual que el Biksel, lo hicimos, fue una creación colectiva, cada quien fue aportando su brochazo de ingenio, al fin ya estaba…El lápiz en la oreja era verdadero, tocarnos la oreja era falso, tocarse la nariz con el lápiz era la opción correcta; pero el tipo enumeración era un agujero negro, con él nuestro código se perdía en la nada angustiante y silenciosa.
Todos sabíamos de aquel lugar, era nuestro campo de batalla, nos pareció bien en llamarle El Biksel nos recordaba el viaje del Beagle que vimos en el video de la clase de Biología y que tanto nos gustó. Era una torre, un castillo, era un santuario bello y misterioso; pero más que todo, era el momento de estar solos el que nos inspiraba, sin nadie más que nuestra imaginación y nuestros instintos. Era en el Biksel donde la estrategia se decidía, era el momento del código, lo repasábamos, lo entendíamos y era cuando mi Alter ego de agente de investigación se explayaba, allí enseñaba a los demás a leer mapas cartas geográficas y a crear y desafiar enemigos. Libia, la hija del telegrafista también explayaba su Alter ego de buscadora de tesoros y nos enseñaba el lenguaje Morse, Suyapa y Yo hacíamos que nuestros compañeros repitieran los Santi Señas que escuchábamos a nuestros padres.
Ha pasado el tiempo, El Biksel, ya no existe y mi papá ya es un ex agente muerto por la vorágine de la violencia, no la política, generada por la guerrilla, sino la del narcotráfico. El papá de Suyapa es un maestro jubilado que alquila llamadas de su teléfono a los campesinos que tienen hijos en USA o España, ha hecho una pequeña fortuna. Para nosotros el código dejó de existir.
Ahora estoy acá caminando frente a mis alumnos, el sonido de mis tacones resuena vibrante, ellos hacen su examen final, solo hay silencio y veo en ellos algunos movimientos cinéticos y me digo –el examen está difícil-.
Bostezo, el profesor mira y cree que tengo hambre, cree que deseo su Pepsi y su Yummie que se ha ganado por no dejarnos chepear ¿Acaso Él no chepearìa? ¿Acaso no tendría su código? Lo que ocurre es que estoy rezagado porque a la última reunión en El Biksel no fui y no sé las últimas variantes del código, los compañeros desde afuera tratan de ayudarme; hoy al profesor que analicemos un poema de Rivas y eso todavía nuestro código no puede descifrarlo.
Ramón Rosa Osorto
Poeta y narrador

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