lunes, 21 de diciembre de 2009

Un Romeo sin Julieta

Cuantas veces nos hemos sorprendido de las cosas absurdas que ocurren en nuestras Honduras y que a veces callamos por ser amantes de la tranquilidad. Cuantas veces hemos escondido el rostro en la sombra de la indiferencia, por evitar abandonar nuestras tareas cotidianas.
Cuantas veces nos hemos sonrojado el alma con los bellos paisajes de nuestra tierra y que acariciamos con la mirada, como si fuera el cabello de una hermosa muchacha.
Por esto y por otras cosas, que están por venir, preferimos luchar y jugarnos el pellejo y la vida; frente a la amenaza constante y sonante de los señores golpistas.
Me duele pensar e imaginar, a ese noble hombre José Manuel Zelaya Rosales, encerrado en sus pensamientos, jugando al estira y encoge con la soledad y esquivando esas toneladas de amenazas que caen sobre su cabeza, como una gota de agua que lo golpea con fuerza.
Yo creí, porque el hombre debe creer en algo o en alguien o sino se vuelve estúpido, como dije; yo creí en un tiempo que el general Romeo Vásquez, era un tipo serio, ni Charles Chaplin le arrancaría una sonrisa, creí que era obediente con la Constitución y sus leyes.
Jamás pensé que sería capaz de dar el trasero por un par de monedas. Cuántos hermanos hondureños han sido enviados al sueño sin retorno y faltan otros que no los conocemos y que también han sido enviados al sueño sin retorno.
Ya no sé que pueda pasar en mi país, bueno lo único rescatable y lo felices que han de estar son los protectores de animales por el súbito crecimiento y aparecimiento de gorilas en el territorio hondureño con justa razón a Romeo Vásquez le encantan los bananos grandes y maduros.
Ay mi patria, esa que nos duele a muchos y a otros les encanta para hurtar sus bellas caderas.
Por ratos, días, meses, me desoriento; me es difícil distinguir entre lo que es malo o bueno o lo que es bueno o malo. Es por eso que escribo estas líneas con dolor y una tristeza abrazada a una de mis piernas.
Quiero que sepan mis descendientes que nunca estuve ni estaré de acuerdo con el Golpe de Estado del 28 de junio de 2009.
Mientras tanto, tomaremos el fúsil de la razón con mis amigos: Alex Darío Rivera, Oscar Sierra, Israel Serrano, yo y muchos más. Estamos dispuestos solo a doblar las rodillas ante la justicia y no ante un séquito de gorilas que se rascan las ladillas y el trasero con la Constitución de un país que lentamente se desangra.
Esa justicia que hoy tanto esperamos con sed, hambre y anhelo, llegará un día y nos dirá al oído: hemos triunfado, pero tal vez, para algunos de nosotros, ya sea demasiado tarde.




Naín Serrano.
Olanchito, Yoro.
6 de diciembre de 2009.

El código secreto

Ramón Rosa Osorto (*)

Camino, los tacones de mis zapatos resuenan a un mismo compás. El día vibra en oleadas suaves, el olor a fiesta eriza la piel. Leo “Plimo con la cola bella”, por un momento pienso pero no le encuentro ningún significado, sigo leyendo “Cindirella y Tania aman a Nigga”, “Segundo B se respeta y qué”, ahora me doy cuenta que son “grafitis” entonces recuerdo a la Rana y al veintía con sus ¡Viva Fidel! ¡Viva el Che Guevara! Eran los únicos que los escribían en las paredes de los callejones.

Sigo caminando, en este momento actúo como verdugo del sistema, ellos deben vaciar su memoria y así saber si saben.

Cuando los exámenes, el profesor se duerme o parece que se duerme, pero pasado unos minutos ora su ojo derecho, ora su izquierdo se abre como el de un cocodrilo del Serengueti, fosforescente y pálido. Yo siento que nos adivina hasta los últimos secretos. Entonces nos quedamos inmóviles solos frente a nuestro problema como un alcaraván perdido en la medianoche, lo odiamos, tanto es nuestro odio que en la huerta de mi casa tenemos un fantoche que semeja su figura, en ella practicamos el tiro al blanco, después contamos nuestros aciertos, medimos distancias, adivinamos probabilidades e imaginariamente creamos historias a lo Robin Hood o a lo Guillermo Tell. Al profesor le sonreímos, fingimos quererlo, pero es el miedo el que nos obliga a sonreír.

Un código puede ser un símbolo, una frase, una palabra, una señal. Eso era lo que necesitábamos, una señal, una señal, la lengua es un código. Un código que nos permitiera sacar buenas notas en los exámenes con el mínimo esfuerzo. Al igual que el Biskel, lo hicimos, fue una creación colectiva, cada quien fue aportando su brochazo de ingenio, al fin ya estaba… el lápiz en la oreja era verdadero, tocarnos la oreja era falso, tocarse la nariz con el lápiz era la opción correcta; pero el tipo enumeración era un agujero negro, con él nuestro código se perdía en la nada angustiante y silenciosa.

Todos sabíamos de aquel lugar, era nuestro campo de batalla, nos pareció bien en llamarle El Biskel nos recordaba el viaje al Beagle que vivimos en el vídeo de la clase de Biología y que tanto nos gustó. Era una torre, un castillo, era un santuario bello y misterioso; pero más que todo, era el momento de estar solos el que nos inspiraba, sin nadie más que nuestra imaginación y nuestros instintos. Era en El Biskel donde la estrategia se decidía, era el momento del código, lo repasábamos, lo entendíamos y era cuando mi alter ego de agente de investigación se explayaba, allí enseñaba a los demás a leer mapas, cartas geográficas y a crear y desafiar enemigos. Libia, la hija del telegrafista también explayaba su alter ego de buscadora de tesoros y nos enseñaba el lenguaje Morse, Suyapa y yo hacíamos que nuestros compañeros repitieran los santi señas que escuchábamos a nuestros padres.

Ha pasado el tiempo, El Biksel ya no existe y mi papá ya es un ex agente muerto por la vorágine de la violencia, no la política, generada por la guerrilla, sino la del narcotráfico. El papá de Suyapa es un maestro jubilado que alquila llamadas de su teléfono a los campesinos que tienen hijos en USA o España, ha hecho una pequeña fortuna. Para nosotros el código dejó de existir.

Ahora estoy acá caminando frente a mis alumnos, el sonido de mis tacones resuena vibrante, ellos hacen su examen final, sólo hay silencio y veo en ellos algunos movimientos cinéticos y me digo –el examen está difícil-.

Bostezo, el profesor mira y cree que tengo hambre, cree que deseo su Pepsi y su Yummie que se ha ganado por no dejarnos chepear. ¿Acaso él no chepearía? ¿Acaso no tendría su código? Lo que ocurre es que estoy rezagado porque a la última reunión en El Biksel no fui y no sé las últimas variantes del código, los compañeros desde afuera tratan de ayudarme; hoy al profesor que analicemos un poema de Rivas y eso todavía nuestro código no puede descifrarlo.

(*) Poeta y narrador. Catedrático de Literatura Española en la UPNFM en Choluteca.